Sin apellidos, por favor





Sí, sin apellidos. Ni democracia religiosa iraní - de verdad que no señor Ahmadineyad, haya usted ganado o no las elecciones - ni democracia liberal, ni democracia popular, ni democracia social, ni democracia bolivariana, ni democracia revolucionaria, ni, los más mayores seguro que aún se acuerdan, democracia orgánica, vaya invento, ni, desde luego, guiada ni vigilada, ni adaptada a las peculiaridades de nuestra sociedad, cultura, tradición, historia, que ya sabemos de qué va eso. No. Sólo, tan sólo, democracia. Pura y dura. Democracia a palo seco: esa forma de organización del Estado, en la que las decisiones colectivas son mejor o peor adoptadas por los ciudadanos a través de más o menos perfectibles mecanismos de participación mediante los que confieren legitimidad por un cierto periodo de tiempo a sus representantes; el aunque sea a trancas y barrancas gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, por usar la idealista definición lincolniana, pese a que sean tantos sus fallos y defectos que sir Wiston – ya saben Churchill – jugara un día a calificarla como la peor forma de gobierno… si quitáramos todas las demás. En fin, democracia y santas pascuas. Sin calificativos ni apellidos, máscaras tan sólo de solapadas restricciones y cortapisas: cauces representativos, derechos humanos, libertad de expresión, y derecho, también, a meterla hasta el garrón (porque anda que lo de Berlusconi…) Y aquí paz y, si no gloria, un algo – bastante, creo, pese a todo - de tranquilidad y, sobre todo, aire libre.

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