Verano, deseos y esperanzas




Un algo menos fogoso en su aquí estoy que su predecesora en los últimos días de su adiós, el verano se nos coló casi como de tapadillo, en el predespertar del domingo (a las siete cuarenta y seis para ser meteorológicamente exactos) como sin querer molestar, que al fin y al cabo era día de fiesta y la hora tempranera, pero tan rematadamente fiel como cada año a su cita. Un verano que se nos ha anunciado pobre en eclipses e incluso que tal vez, por no tener, no tenga siquiera canción propia – quién nos lo hubiera dicho hace no tanto tiempo - que a lo que parece es algo que ya no se lleva, pero que será sin duda igual de pródigo que siempre en vacacionales sueños de ocio y descanso. Un verano que volverá tal vez, en algún momento de alguno de sus días a recordarnos, al paso de alguna fugaz silueta cabe el romper de las olas en la arena de la playa, aquel otro tan atrás en el tiempo, en el que el amor fue dueño a la par del tiempo y de nuestra alma. Un verano que ojalá sea el verano – déjenme, sentimental e ingenuo, vuelto, siquiera por un instante, de nuevo niño en la nostalgia del cálido discurrir de aquellos otros tan de nunca acabar de la infancia, tan a la mano en ellos la posibilidad de cualquier milagro, aferrarme a la esperanza – en el que veamos brillar el sol de la libertad sobre Irán y sobre tantos otros puntos del hemisferio huérfanos de ella. Y un verano, que, ya en plan más de andar por casa, les deseo de verdad a todos – y a mí también, qué caramba - que nos sea lo más propicio posible.

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