Las Tablas: tras el milagro exprés


Al final, miren por dónde, milagro. Los mismísimos cielos abrieron a tope la alcachofa para dejar caer el mayor volumen de agua contabilizado en ni se sabe cuantos años – desde luego más de los cerca de setenta transcurridos desde que, en el 41 del pasado siglo, empezaran a medirse las precipitaciones en la zona – dejando casi en fuera de juego por prácticamente innecesario el desde luego loable, corre, corre que no llegamos del trasvase desde el Tajo por la tubería que el ministerio de Medio Ambiente construyó, aplauso de corazón, en tiempo de récord. Llegaron, y cómo, las lluvias devolviéndole al Cigüela (o Gigüela, no discutamos) su ser de río y con él su capacidad para mutar lo que era ya pura yesca prendida en las entrañas de Las Tablas en esponja empapada en esperanza, salvando así a uno de los ecosistemas más valiosos del planeta de lo que ya andaba camino del coma irreversible. Hubo, hubo milagro (cual el que, quizá algo menor, tras otra tremenda desecación masiva, supusieron las del 96 y el 97) pero no parece de recibo andar siempre fiando de lo alto soluciones que cualquier día pueden no llegar: agradezcamos el regalo, momentánea solución al problema, pero aprendamos, si somos capaces, de lo ocurrido y pongámonos a la tarea de evitar sus causas aplicándonos a hacer lo que en su día debimos y no hicimos, que aún está ahí, amenazante, presente y actuante, la causa real del casi desastre: la triste situación de un acuífero si otrora caudaloso hoy en caída libre tras ser convertido en acerico por la perforación de pozos y pozos ilegales – perdón, por Dios, alegales – al servicio de sistemas de riego y de cultivos más que discutibles. ¿Seremos capaces?
Publicado en Columna Cinco, Grupo El Día, el martes 2 de febrero de 2010. Foto Turismo de Castilla La Mancha

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