Marejada


Removidillas y encrespadas han andado días atrás las aguas digitales conquenses a propósito de cierta columna aparecida en la red sobre tema tan dado a que entre  nosotros lo miremos siempre más con la lupa de lo emotivo que con la calma del raciocinio cual es el semanasantero; agitada marejada de decires -digo, yo, dices tú, dice él- sin duda en gran medida propiciada por la mucha mayor difusión que a tal texto dio su utilización como instrumento para el cotidiano pim pam pum al que tan acostumbrados nos tienen los partidos políticos, siempre a la que salta para largarle el puyazo al adversario, utilización que vino así a sacarlo del, si somos realistas, bastante menor alcance que probablemente hubiera tenido dada la poca costumbre que la mayor parte de nosotros tenemos aún de echarnos digitales a los ojos, al otorgarle mucho mayor eco con el reflejo que en los medios tradicionales de comunicación tuvo ese rifirrafe entre las agrupaciones políticas, desatando con ello -tras el voy, el vengo- muchos más comentarios internéticos de los que nunca hubiera probablemente provocado. Pues bien, déjenme que, dando de lado el parecer de cada cual sobre el contenido de esa columna, y arrimando el ascua a su sardina –quien esté libre de gremialismo, qué quieren ustedes, que tire la primera piedra– el columnista, este columnista, el que estas líneas firma, aproveche la ocasión para, por un lado, reafirmar tanto el carácter de toma de postura personal que, de la mano de la libertad de expresión y opinión, tienen siempre este tipo de textos periodísticos como su lógica tendencia a aliar a su deseable enjundia temática un decir lo más llamativo posible para más captar la atención, a favor o a la contra, de quien los lea; y por otro, para lamentar la desaforadamente airada reacción de quienes – no desde luego todos, pero bastantes más, por desgracia, de los que fueran de desear- al expresar su desacuerdo con esa opinión personal de su autor y con alguno de los epítetos, más o menos acerbos o mordaces, por él literariamente empleados, no se limitaron a dejar expreso, cual tenían derecho, ese su desacuerdo sino que, paradójicamente, emplearon en su réplica un lenguaje mil veces más agresivo que el que criticaban e incluso llegaron, en algún caso, al insulto más grosero, al ataque personal o hasta a la amenaza. Y de verdad, qué demonios, eso no. Eso sí que no.

Publicado en Las Noticias de Cuenca. Sección "Déjenme que les diga". Semana del 28 de marzo al 3 de abril de 2014

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