Invisibles


Mucho andamos hablando en estos duros días de grupos de riesgo, desde colectivos especialmente vulnerables, como los integrados por nuestros conciudadanos de más edad, los afectados por otras patologías o los acogidos en residencias, a los que heroicamente día a día se enfrentan jugándose, más que el tipo por todos nosotros a la amenaza, como, especialmente, los trabajadores de la salud –médicos, ats, auxiliares y, no los olvidemos, los integrantes de los servicios de limpieza y mantenimiento de los centros– o los componentes de las fuerzas y cuerpos de seguridad o los bomberos; pero junto a ellos existen otros en los que prácticamente ni pensamos. Uno es el de los funcionarios y trabajadores de prisiones que a pesar de que vaya si no se la juegan también, y cómo, jornada tras jornada, en las más difíciles situaciones, ahí andan  bregando sin que, salvo algunas noticias puntuales aparecidas estos últimos días en los medios de comunicación, caigamos en ello, casi cabría decir que invisibles para la inmensa mayoría de todos nosotros; un colectivo profesional en el que, seamos sinceros, si ni se nos ocurre pensar, pese a lo necesario de su labor para nuestra sociedad, en situaciones normales, cómo nos íbamos a acordar ahora de ellos. A la par guardianes y en cierto modo también cuidadores de otro colectivo tan especialmente inestable cual es el de los reclusos –especialmente confinados a su vez tras la eliminación de visitas por la implantación del estado de alarma y con una presencia importante en su seno de seropositivos– esos funcionarios y esos trabajadores de nuestros centros penitenciarios se enfrentan a continuadas situaciones de estrés y difícil equilibrio en unas condiciones de trabajo a las que supongo que también estarán afectando, hasta ahora al menos, la escasez de unos elementos de protección como batas antisalpicaduras, mascarillas, guantes o protecciones oculares que por otro lado también se tendería, al menos eso se me ha dicho, a no utilizar demasiado para no incrementar la situación de alarma entre la población penitenciaria, y mucho me temo que no todo lo controlados ni testados sanitariamente como sería de desear. Sé que un simple comentario como éste que hoy me dispongo ya a firmar no es gran cosa y desde luego no creo que vaya a contribuir –soy, evidentemente, una voz demasiado mínima para provocar reacciones de solución, en la medida que puedan, en los poderes públicos– pero quede al menos como un personal y mínimo intento de que, para quienes puedan leerlo y para aquellos a los que, quizá, puedan luego comentarlo, dejen de ser eso, invisibles. Pensemos también en ellos cuando cada tarde-noche salgamos a aplaudir, desde nuestras ventanas y balcones, a los profesionales de la salud; porque también ellos son otros anónimos héroes de nuestro cada día. 

Publicado también en Las Noticias de Cuenca  de hoy lunes 23 de marzo de 2020




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