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Mostrando entradas de abril, 2010

El martes, en el Ateneo

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Vuelvo – disculpadme – a la autopromoción. El próximo martes 4 de mayo estaré en la sala de Conferencias del Ateneo de Madrid (calle Prado, 21) para presentar mis dos últimas salidas editoriales: la antología Llámalo viaje que me publicara Carlos Morales en El Toro de Barro y el poemario Plan de Vuelo puesto en las librerías por Ex Libris. Será a las ocho de la tarde y estaré arropado por amigos tan entrañables como la poeta Acacia Domínguez Uceta, el propio Carlos Morales y Francisco Mora. Así que ya lo sabéis: si andáis por esos andurriales y os apetece acompañarnos será un placer compartir un rato de versos con vosotros. Item más: mi agradecimiento sincero a Alejandro Sanz Romero, presidente de la sección de Literatura de la institución por hacerme hueco en su programación. ¿Nos vemos?

Ahora y siempre

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Ulises, don Quijote, Ivanhoe y Joseph K.; Alicia, John Silver, la Reina de las Nieves y el Enano Saltarín; Aguste Dupin, el agente de la Continental, Chamorro y Bevilacqua, John Silver y, qué caramba, la mismísima gótica-punk-superhacker Lisbeth Salander… Una vez más la recién inaugurada en Cuenca Feria regional del Libro – cual el resto de citas similares que se han celebrado ya o van a celebrarse este año en nuestra Comunidad, aunque ésta sea a más bombo y platillo - les ha juntado, cabe tantos otros, en los anaqueles de sus casetas para que quienes tanto disfrutamos colgados de sus venturas y desventuras nos reencontremos con ellos, y para que quienes, por edad o falta de ocasión, aún no los conocieron puedan hacerlo y así, de su mano, gozar, cual nosotros hicimos y esperamos volver a hacer con ellos y con sus todavía no conocidos compañeros, surcando el Helesponto, avanzando por las llanuras manchegas, galopando por una medieval Inglaterra de resabiados templarios en auxilio de la

¡Viva Kafka!

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En tanto doña Naturaleza sigue mostrando cuando y como le da la gana – ayer un terremoto en Haití o en China, hoy un volcán en Islandia - lo fatuo de nuestro fanfarroneo de especie “todo lo puede”, y el abrileño llueve que te llueve cumple con el refranero, viene el columnista a enterarse, en su matinal repaso vía internet de la prensa, de que, según una prueba sobre los tejemanejes del conocimiento realizada en las Universidades de California en Santa Bárbara y Británica de Columbia, el leer a Kafka – al menos, que es el caso, su novela “Un médico rural” - pues, mire usted, mejora los mecanismos que regulan el aprendizaje. Sorprendidillo, se mete de lleno en la noticia y así se entera de cómo, en un test para evaluar sus habilidades para el conocimiento a sendos grupos de lectores de la narración – unos de la original tal cual, los otros de una versión expurgada de sus intríngulis (según los investigadores) surrealistas – los primeros se llevaron la palma, de lo que los investigador

Fahrenheit 451, todavía

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A estas alturas el columnista no recuerda ya si, para él, fue primero la película de Truffaut o el texto de Bradbury, pero lo que sí tiene meridianamente claro es que la novela del norteamericano fue uno de esos hitos que dejan marca cuando se tiene la suerte de darse de cara con ellos en la voraz etapa de las primeras lecturas. Y sin duda por ello la historia de la transformación de su protagonista de agente incinerador de volúmenes en hombre-libro garante de la pervivencia de sus contenidos – y su decidido alegato en pro de la libertad de pensamiento - ha vuelto siempre a su memoria (junto, también, a la orwelliana “1984”) cada vez que ésta o aquella noticia, éste o aquel nuevo sucedido, le recordaban la, pese a todo, permanencia de un macarthismo quizá distinto en formas, medios y quizá propulsores del existente cuando el novelista dio su obra a la imprenta, pero aún vivo, vaya que sí, y actuante, aquí o allá, en la propia realidad de cada día. Y por ello le parece lógico que, adem

Apañados estamos

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Mira que nos lo veníamos venir. No bastaba con que hoy este periódico, mañana aquél, o dieran la espantada - adiós, adiós, esto se acabó - o redujeran sus plantillas dejando a verlas venir a un montón de profesionales, todo lo más agarrados al frágil salvavidas del mire usted aquí estoy, intentando sobrevivir en el hoy por hoy nada claro tótum revolútum de internet - ¿quién me da publicidad para esta web informativa? - que a saber por dónde acabará por tirar. No señor; por si el panorama no fuera ya de por sí lo bastante negro, hete aquí que un grupo de investigadores del Intelligent Systems Informatics Lab de la mismísima Universidad de Tokio acaba de desarrollar un robot periodista que lo mismo acaba mandándonos a freír espárragos a cuantos por estos andurriales nos movemos. Porque es el caso que no se trata de un mero artilugio de voy y grabo lo que me suelten - que lo mismo hasta no nos venía mal para no perder el tiempo en tanta rueda de prensa inútil - sino que se trata de un má

Testimonio

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Se lo habían contado. Lo había leído. Lo había constatado en las fotografías de diarios y revistas y en tal cual reportaje televisivo, pero no fue sino hasta el pasado domingo cuando, al contemplarlo con sus propios ojos, fue plenamente consciente del milagro. Del milagro, sí, porque, ¿qué otro calificativo darle al portentoso hecho de una naturaleza, esta vez clemente, acudiendo, volcada en lluvias, a salvar in extremis a unas Tablas de Daimiel, las propias entrañas en imparable hoguera, de la extinción a la que, de la mano de la meteorología parecía haberles condenado nuestra insensatez? Un milagro confirmado en la gozosa realidad de las aguas lamiendo el borde mismo de las pasarelas que por ellas despliegan su invitante red de itinerarios desde los que asomarse a la belleza de esa garza recién posada en la rama, o al calmo chapoteo de ese pato colorao a la busca de alimento cabe la maraña del carrizo y de la anea. Milagro del que quien esto firma quiere dejar hoy y aquí personal tes