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Mostrando entradas de noviembre, 2010

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Superado de todas, todas por la posibilidad de tener que ocuparse o de un tema tan apabullante como las explosivas revelaciones - ¡ay, USA, cariño! - del controvertido portal internético Wikileaks, o de un asunto tan de sesudo sociopolítico cavileo como la tan clara victoria de CIU como neta derrota del PSC en los catalanes predios, decide el columnista que no anda ni con la disposición ni con el ánimo para asuntos de semejante enjundia (y tampoco va, prudente él, a meterse en el berenjenal del Barçaguardiola-Madridmourinho), de modo que se plantea dedicar lo que, tras tan larga introducción, aún le queda de su semanal espacio a cuestiones de menor ambición periodística como, por ejemplo, a comentar esa exposición que en el madrileño Círculo de Bellas Artes celebra los setenta y cinco años del Monopoly - que en los viejos tiempos llamábamos en este nuestro país El Palé - o a elucubrar sobre si, a base de adelantar cada vez más el montaje de las navideñas decoraciones, no llegaremos a

¿No podemos?

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Entiende el columnista, mal que le pese, que no haya forma de que la acción internacional acabe con la dura realidad del fanatismo talibán en Afganistán ni de que las cosas acaben de marchar en Irak. Hasta casi se resigna (no hagan caso, es puro recurso retórico) a que cuando andan en liza intereses estratégicos o económicos las que nos nombramos democráticas naciones nos envainemos nuestros teóricos éticos principios y hagamos la vista gorda a si aquí, allá o acullá se ejercen o no esos derechos humanos por los que tanto cacareamos, pero, ¿pero de verdad que no hemos podido ni vamos a poder – quien sea, la ONU, Occidente o el sursum corda – echarles más que cuatro parches de chicha y nabo a los haitianos? ¿De verdad que a estas alturas del mismísimo siglo XXI ni hemos podido hacer frente a la caótica situación de Haití (por mucho menos coste además, seguro, que cualquiera de las bélicas empresas en las que el universo mundo se ha metido en los últimos tiempos) ni vamos a poder mandar

Adiós, don Luis

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No hace mucho más de un mes la invitación a presentar en público “Los jueves milagro” daba al columnista la oportunidad de disfrutar, una vez más, del jugoso y socarrón universo fílmico de Luis – de don Luis – García Berlanga. Porque aunque no fuera una de sus obras maestras, la película, desde el mismo inicial silbato de ese tren que ya no va a parar nunca en Fontecilla tras la entrada en decadencia de su balneario de cálcico-nitrogenadas aguas, y especialmente en toda su primera parte, atesora las características de la mordaz y sin embargo a la par tierna mirada del levantino sobre la humana condición hispana. En ella está ya el Berlanga que maneja como nadie el plano secuencia; el Berlanga maestro de la narración coral; el Berlanga nexo de unión a su modo y manera de Arniches con el neorrealismo italiano e incluso el Berlanga que en algún un momento hasta casi nos adelantaba, “avant la lettre”, lo que luego íbamos a llamar realismo mágico aunque, eso sí, a pie de celtibérico terru

A pesar de todo

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De verdad que el columnista andaba hoy dispuesto a despacharse con una entrega de lo más optimista – por ejemplo aplaudiendo el rutilante inicio de temporada enebeana de Pau Gasol o el rosario de triunfos de nuestros motoristas - o, si no, a pergeñarse un texto animosamente frívolo comentando el emtiviano show en Madrid de doña jamón ibérico Eva Longoria, conexión budapestiense incluida de la mismísima lady Gaga, pero… ¿pero cómo ponerse a ello si nada más asomarse al primer noticiario ya se topó con el mazazo y tente tieso de Marruecos a la protesta saharaui de Agdaym Izik o con la matanza originada por otro coche bomba en ese Irak de nunca arreglarse?. Sí, ¿cómo echarle unas risas a la cosa mientras los militares birmanos van a seguir con su ordeno y mando por más que hayan jugado al voto que te quiero voto, o, aunque ya casi ni se hable de ello, todo siga como sigue en Haití?. Y sin embargo, ¿por qué no? ¿Por qué no, rebelarse contra nuestras ruindades y empeñarnos en, pese a tod

Un agrio sabor de boca

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Un grito de rabia. Un aquí estamos a caballo, a la par, de la utopía y de la desesperanza. Pero también, vaya que sí, la cruda denuncia del no hacer y del mirar para otro lado del universo mundo, por supuesto, pero especialmente de quienes un día fuimos colonial potencia en vergonzoso abandono, el rabo entre las piernas, de nuestras responsabilidades. Sí; las siete mil jaimas alzadas por los saharauis en Agdaym Izik son, además de la pancarta en lona y carne de sus reivindicaciones a quienes rigen los destinos del reino alauí, el recordatorio de lo que hicimos entonces y de lo que no hemos, después, hecho, por más que de tanto en tanto paliemos nuestra mala conciencia acogiendo en verano a un puñado de chiquillos de sus asentamientos en Tinduf o facturándoles gafas, alimentos u ordenadores usados a esos sus guetos en el argelino exilio. Aún, tanto, tantísimo tiempo después, recuerda el columnista cómo en sus oposiciones al que acabaría siendo su primer destino como periodista – 1975,