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Mostrando entradas de marzo, 2010

Selva

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Se fue tal y como vivió: discreta y calladamente, sin un mal ladrido. Se marchó de madrugada y en silencio tras un paseo tan sólo un algo fuera de hora y unas caricias que en ese momento no cabía sospechar - por más que su edad y sus achaques vinieran dando avisos y que, por una vez, algo parecido a un quejido se le hubiera, casi como a regañadientes, escapado - que iban a ser las últimas. Se apagó mientras quienes hace más de tres lustros la recogimos, abandonado cachorro callejero, sin sospechar el espléndido regalo que con ello nos hacíamos, dormíamos ajenos a su partida. Nos dejó tras dieciséis años de leal convivencia y de un rosario de gratos momentos: su renovada y puntual bienvenida en cada regreso a casa; tantos y tantos deambuleos – jaranera y rauda cuando joven, sosegada y serena en la madurez salvo que en su horizonte aparecieran, irresistibles tentaciones, un gato o una ardilla – en el parque o por el campo; su estar ahí, sin molestar (nunca fue pegajosa) pero siemp

Don Miguel

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No supe entonces cómo ni por qué aquel relato de tan sólo cinco meses del por otro lado nada extraordinario día a día de un bedel amante de la caza y vuelto tolondro por una buñolera a sus ojos con más aquél que la mismísima fílmica Pier Angeli, historia y personaje tan en principio lejanos de mis intereses y lecturas del momento, se me metió tan de inmediato, en cuanto me lo eché al coleto, – calculo que a principios de los setenta ya que era un ejemplar, bien lo sé que ahora mismo lo tengo delante, de la sexta edición, junio del 71 - en mis entretelas de voraz tragalibros; pero eso fue lo que pasó. Por alguna inopinada razón aquel “Diario de un cazador” se me coló, ipso facto y sin remedio, en el sanctasanctórum cabe títulos tan en principio disímiles como la stevensoniana Isla del Tesoro, las tenebrosas historias de Poe, las mágicas crónicas marcianas de don Ray Bradbury o la irresistible atracción de los abismos dostoyevskianos que a la sazón lo habitaban. Sólo con el tiempo he lle

Aplauso para una dimisión

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Aunque no llegaran a cruzar palabra, tuvo el columnista la ocasión de conocer de visu, el pasado jueves, al hilo de su presencia en la exposición de collages – espléndida, por cierto - que el periodista y poeta conquense José Luis Jover inauguraba en el Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad, a su director, el catedrático de Estética y presidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, Román de la Calle. Poco podíamos sospechar entonces nadie que, tan sólo cuatro días después, iba, en gesto que le honra, a dimitir de su cargo disconforme con la censural decisión de algunos de los responsables de la Diputación valenciana, patrona de la institución, (ya saben, donde hay patrón…) de - les supongo a muchos de ustedes, lectores, enterados del hecho – expurgar, retirando algunas de sus imágenes, la muestra de fotoperiodismo “Fragments d’un any” que, promovida por la Unión de Periodistas Valencianos, se abría, en esa misma fecha, en otra de las salas. Una dimisión pr

Felicidades, Jamete

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Junto al imprescindible papel que en una región como la nuestra desempeñan las salas institucionales, las pequeñas galerías privadas de arte juegan también un más que encomiable aquí estamos a la hora de mantener su tejido expositivo. A trasmano de los grandes mercados del arte, galerías como la ciudadrealeña Aleph, la almagreña Fúcares (que un buen día, bravo por ella, hasta se lió la manta a la cabeza y sentó segunda plaza en los mismísimos madrileños lares), la albaceteña La Lisa, la toledana Tolmo o las conquenses Pilares, Jamete, La Escalera o X amor al Arte y cuantas otras, que la lista no es exhaustiva, les acompañan en el esfuerzo, siguen empeñadas, día tras día, en su nada fácil empeño de seguir ofertando a aficionados y creadores su escaparate. Bueno es recordarlo de tanto en cuando o, cual es el caso, al hilo de pretextos tan gozosos como el libro resumen que de su primera década acaba de presentar una de ellas, la citada Jamete, aunque haya venido a publicarse – ¡ay, el din

Magris y Europa

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Asombrarse a estas alturas de la inteligencia y agudeza intelectual de Claudio Magris es, por supuesto, descubrir el Mediterráneo, mas uno no puede por menos cada vez que se acerca a su palabra, aunque sea, cual es el caso, a través no ya de sus textos sino de una, eso sí, hábil, entrevista de ese excelente periodista que es Juan Cruz, con Europa como tema y que ya, a bote pronto, nos engancha con la entrecomillada frase de su titular - “Sueño con un Estado federal europeo” – cebo difícil de rechazar para quienes un día, pareciera que hace ya tanto, nos agarramos a la imagen de Europa como la de esa España otra que ansiábamos y que, pese a todo, porque – sigo citando - “descubrir que la vida no es perfecta no significa no quererla”, aún seguimos pensando que debe ser nuestro obligado camino. Y ya metidos en la lectura, qué confortante resulta su perspicaz descripción de esta nuestra civilización europea – de la verdadera civilización europea - como la que “te enseña al mismo tiempo a