Fidel
Fidel Cardete (foto José Luis Pinós) Corrían en Cuenca los setenta del pasado siglo. Teníamos los veintitantos –ventipocos o ventimuchos a cada cual– y nos creíamos, y hasta puede que un algo, al menos en nuestro desear, lo fuéramos, rebeldes y libertarios que es probablemente, sigo creyéndolo, lo más decente que a esa edad se puede ser. Y lo éramos en una ciudad en la que la Casa de Cultura era uno de los pocos, si no casi el único, escenario abierto a nuestros afanes, a nuestras pequeñas y probablemente provincianas, aunque a nosotros nos pareciesen cosmo-universales, aventuras. En ella montábamos nuestras exposiciones, celebrábamos nuestras charlas y desde asociaciones aún hoy por fortuna resistentes y actuantes como el cine club Chaplin o Amigos del Teatro pugnábamos, con todo el entusiasmo del mundo, por ser, ¡ay!, lo más libres posibles por los caminos del arte, de la cultura y, ¡vive Dios!, del inter