Miserias
Miserias, sí; miserias. Esas tan de todos miserias nuestras de cada día. El paro, desde luego, la precariedad laboral o la violencia de género que tan entre nosotros anidan o, ampliando el campo, la permanencia del hambre y tantas enfermedades más que evitables en convivencia con tantas demostraciones de despilfarro o la permanente amenaza de lapidación que pesa hoy sobre Sakineh Ashtiani, mañana sobre cualquier otra persona, por supuesto. Pero también, vaya si también, las miserias de la jerarquía católica – la mía, vaya por delante – ocultando durante años y años los abusos a menores; de la corrupción que tanto infecta nuestra sociedad; del egoísta mirar para otro lado de los máximos gobernantes europeos ante las –llamémoslas por su nombre – deportaciones de gitanos rumanos promovidas por su colega galo o ante los atentados contra los derechos humanos perpetrados en Cuba o en China – ¡ay, razón de estado, cuantos desafueros se cometen (cometemos) en tu nombre! -; o del racaneo infame