El bosque
Canturrea el agua su cantinela cauce adelante de regato en regato - tan sólo algún modesto rabión acelera de tanto en tanto su cadencia - mientras el vivaz aleteo de las mariposas pespuntea el movedizo tapiz de luz y sombras que el sol borda sobre el suelo a través del calado dosel arbóreo de los fresnos. Asustada por el pasar del caminante, una lagartija trepa ahora, ágil y rauda, por el inmediato talud – tierra, pizarra y tiempo - desde el móvil sueño verde de los helechos hasta la base misma de los castaños que sobre él sustentan la milagrosa longevidad de sus troncos horadados y tapizados de musgo; cielo arriba, apenas perceptible su silueta entre el entramado de hojas y de ramas, planea, siempre al acecho, un águila culebrera. Vuelto hoy montañero andarín por la lucense Sierra del Caurel, detiene un momento su avance el columnista por la senda que de Paderne a Seoane (cómodo, escogió para caminarla la cuesta abajo en vez de acometerla hacia arriba) discurre junto al río “Pequeno”, aún a la busca de su hermano mayor el Lor, por mejor y con más calma disfrutar de la belleza de un paraje al que su imaginación no tiene que esforzarse demasiado para encontrarle un, ¡ay, siempre la literatura!, feérico – que por tierras celtas anda - sí no, vayamos de mito-modernos, tolkeiniano toque. Y por un instante se siente, él también, una pieza, un elemento más de la total plenitud de un día que, plácidamente orgulloso, se permite, narciso con total derecho, detenerse a contemplar su propia plena belleza.
Publicado en Columna Cinco Grupo El Día el martes 14 de septiembre de 2010. Foto JAG
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