Una llamada de atención
El pasado miércoles saltaba
el cuarto de siglo de existencia el Día de los Humedales, una celebración que,
en 1997, se decidía llevar a cabo cada 2 de febrero en conmemoración de
la Convención sobre los Humedales de Importancia Internacional que veintiséis
años antes se firmara, precisamente un 2 de febrero, el de 1971, en la
localidad iraní de Ramsar, una Convención a la que nuestro país se adhirió en
1982. Es una celebración refrendada además por la reciente resolución, el 30
de agosto del año pasado, de la Asamblea
General de las Naciones Unidas estableciendo asimismo esa fecha como Día
Mundial de los Humedales, subrayando aún más la importancia de estas zonas para
la vida de nuestro planeta dada su
condición de ecosistemas donde viven un gran número de especies animales y
vegetales, y que, al encargarse de regular el ciclo del agua y el clima, contribuyen
decisivamente a la consecución de su equilibrio, y por tanto la racional y
lógica necesidad de su protección y conservación, algo más que urgente ya que, pese
a esa su demostrada importancia para la propia vida, corren en muchos casos el
riesgo de desaparecer ya que se están degradando de manera vertiginosa, y
cifras cantan al respecto: en los últimos treinta y cinco años
han desaparecido más del cincuenta por ciento de los humedales en todo el mundo.
Es una celebración cuyo anual recordatorio debería alcanzar especial
repercusión entre nosotros dada la amplia presencia de tan vitales ecosistemas
en nuestro espacio geográfico regional y provincial: ocho de las zonas directamente
acogidas al Convenio son humedales castellano-manchegos, y de ellos dos en
concreto, el complejo lacunar de Manjavacas y la Laguna del Hito, se asientan en
el espacio geográfico conquense; unos emplazamientos cuya inclusión en esa
lista hace que en principio se les otorgue una especial protección, pero que
son sólo la subrayada punta de las hasta ciento dieciocho zonas húmedas que
existen en nuestra provincia, si algunas de ellas más o menos presentes en el
conocimiento general –como la Laguna del Marquesado, la de Uña, las de Cañada
del Hoyo o la del Tobar– tantas otras fuera de ese saber que existen aunque,
por ejemplo, estén tan cercanas a nuestra propia capital como el complejo
lagunar del Moscas, quizá uno de los más desconocidos, que, con una superficie
total de 125,7 hectáreas se extiende por los términos de Arcas del Villar y
Fuentes integrado por las lagunas de Mohorte, la laguna de Las
Zomas, la de los Cedazos o de La Atalaya (la más grande de
todas), la laguna Negra y las cuatro pequeñas depresiones del
Ojo de la Corva, y que fue declarado microrreserva en mayo de 2010. Todo
un tesoro que deberíamos tener en cuenta, bastante más en cuenta, de lo que
habitualmente lo tenemos y, en base a ello, obrar en consecuencia cara a esas
tan necesarias protección y conservación señaladas.
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