Lo que deberíamos hacer

 


Que es mejor prevenir que curar es no sólo uno de los asertos refraneros que con más generalizada frecuencia nos solemos llevar a la boca sino, muy probablemente, uno de los que con más convencimiento emitimos; bien distinto es sin embargo que ese convencimiento, pese a esa condición de seres racionales con la que solemos arrogarnos los humanos, acabe llevándonos a aplicar lo que con él predicamos. Si en verdad lo hiciéramos anda que no deberíamos estar, pero que ya, más que prestos a poner en práctica la receta para ahora que tan en nuestra propia carne andamos todavía sufriendo las temibles consecuencias de la Covid 19– hacer frente no sólo a esta pandemia si no a las que, según nos señalan los expertos, nos puedan seguir viniendo encima, máxime cuando además esos propios expertos nos señalan también –miel sobre hojuelas que solían decir nuestros mayores– que prevenir nos saldría más, pero que mucho más barato que pelear contra ellas cuando ya anden azotándonos. Así se afirma por ejemplo en ese estudio que una veintena de especialistas acaban de publicar en la revista Science Advances subrayando con calculadas cifras cómo, en efecto, ese prevenir en vez de curar en el caso de las pandemias no sólo sería más eficaz sino que sería también, miren por dónde, mucho, pero que mucho más económico. Según esos cálculos un plan completo y global para frenar la propagación desde la fauna a las personas de los virus que las causan (sus patógenos, dadas nuestras actuales características globales, saltan a las poblaciones humanas a un ritmo cada vez mayor y causan epidemias globales más graves y más ampliamente extendidas) costaría nada más que el cinco por ciento de las pérdidas que provocan cada año, o, si lo quieren aún más claro: “gastar solo cinco centavos por dólar puede ayudar a prevenir el próximo tsunami de vidas perdidas por pandemias al tomar medidas rentables que impidan que la ola surja, en lugar de pagar billones para recoger los pedazos”,   en palabras de Aaron Bernstein, investigador de Harvard y autor principal del estudio. Ya me dirán si la puesta en práctica de tal plan o planes que consistirían principalmente en hacer frente a los tres mecanismos primarios que permiten que los patógenos salten a las poblaciones humanas: la deforestación tropical, que está íntimamente relacionada con la intensificación ganadera y agrícola, el comercio de vida salvaje y la falta de recursos para detectar esos virus antes de que surja la emergencia–   no sería eso que se llama una bicoca, vamos, un verdadero chollo. ¿Volveremos a demostrar de nuevo que, pese a conocerlos, no somos capaces de aprender de nuestros propios errores dando por bueno, ya que con el refranero empezábamos, lo de que somos el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, o podremos presionar a nuestros gobernantes y élites económicas para que, ante tan claras ventajas, actúen? Ustedes, ¿qué opinan?

Artículo publicado en Las Noticias de Cuenca del viernes 11 de febrero de 2022 (y en la edición digital)

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