El otoño, una vez más
Aún no mucho más que púber atrevido, pero más que consciente ya de su tonal misión, va tendiendo el otoño sus primeros festones de púrpuras y oros cabe el sosegado discurrir del río, a la par que espejo, imagen - ¿quién podría aspirar a separarlos – de su pictórica tarea. En su propia realidad suspenso duda el puente su otorgada identidad de unión entre riberas en la esencia translúcida del agua, plural corriente de sueños y preguntas, viajera de sí misma por destino, inventora de su propio acontecer y tiempo. Laberinto de pretéritos remotos, despliega el légamo un tapiz movedizo de luces y sospechas al cobijo acogido de la heterogénea vegetal cortina tras la que una y otra orilla se enmascaran, real irrealidad de lo real, y en el estar sin estar de tanta calma - la propia tarde en su contemplación absorta - siempre y nunca son las dos caras de una misma moneda en tanto que, a la par princesa y cenicienta, la ciudad se empina sobre sí misma dudándose entre cielo y tierra. Atrapado por