El otoño, una vez más


Aún no mucho más que púber atrevido, pero más que consciente ya de su tonal misión, va tendiendo el otoño sus primeros festones de púrpuras y oros cabe el sosegado discurrir del río, a la par que espejo, imagen - ¿quién podría aspirar a separarlos – de su pictórica tarea. En su propia realidad suspenso duda el puente su otorgada identidad de unión entre riberas en la esencia translúcida del agua, plural corriente de sueños y preguntas, viajera de sí misma por destino, inventora de su propio acontecer y tiempo. Laberinto de pretéritos remotos, despliega el légamo un tapiz movedizo de luces y sospechas al cobijo acogido de la heterogénea vegetal cortina tras la que una y otra orilla se enmascaran, real irrealidad de lo real, y en el estar sin estar de tanta calma - la propia tarde en su contemplación absorta - siempre y nunca son las dos caras de una misma moneda en tanto que, a la par princesa y cenicienta, la ciudad se empina sobre sí misma dudándose entre cielo y tierra. Atrapado por tan mágica visión, detiene el columnista su paseo y se acoda en la baranda por mejor disfrutar de la calma y la belleza que tan gratuitamente se le ofrece. Y en tanto va dejándose llevar por ella hasta el punto de olvidarse incluso del runruneo del, por otro lado, la verdad que a estas horas no excesivo, tráfico que, a su espalda, discurre por la calzada, van tomando paralelo cuerpo en su memoria - nuevos hilos de inmediato entretejidos al presente - recuerdos de otras luces, de otras tardes, de otros tiempos, de otros ríos, de otros otoños…
Publicado en Columna Cinco, Grupo El Día, el martes 26 de octubre de 2010. Foto JAG

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