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Mostrando entradas de enero, 2011

Ojalá

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Parecía impensable pero ahí está: en Túnez, ese Túnez que para tantos de nosotros, españolitos de a pie, no pasaba de ser un reclamo más en los escaparates de las agencias de viaje - las playas de Hammamet del brazo del esplendor de los mosaicos romanos – todo lo más mezclado con la borrosa imagen, Aníbal, ¿no?, de aquellas guerras púnicas que estudiábamos en el colegio, sin que se nos diera un ardite el saber ni quiénes ni cuan deshonestamente regían sus destinos (y de haberlo sabido tampoco, seamos sinceros, nos hubiera quitado demasiado el sueño), corren vientos de esperanza democrática que ojalá se confirmen. Sí, ojalá. Ojalá lo hagan pese no ya a las chinas sino a los verdaderos peñascos que tantos países de su entorno y parecidas características no van a tardar en ponerles a sus ciudadanos en el camino y pese a lo poco o nada que, mucho se teme este columnista, vaya a ayudarles en el empeño esta nuestra tan hipócrita sociedad occidental tan dispuesta siempre a cerrar los ojos -

Un lapsus

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Dado que siempre había estado más que convencido de que no hay ser humano que, por mucho autocontrol que tenga, no termine por descubrirse un día hablando solo, no se sorprendió demasiado cuando esa tarde se dio cuenta de que acababa de volver a hacerlo, vuelta su interior y apenas consciente reflexión, inesperado decir al aire. Tras comprobar, aliviado, cómo por fortuna su condición de único visitante en ese momento del salón central del pequeño museo al que le había conducido su vespertino deambular sin rumbo predeterminado le evitaba cualquier sofoco y excusa, no pudo sin embargo de dejar de preguntarse cómo el, por otro lado, más que alambicado y un tanto retórico producto del divagar de su cerebro había venido a transformarse en suelta frase en voz alta. Aún más, ¿cuál había sido el proceso mismo por el que, inmediato paso anterior, aquél se produjera? ¿Habría sido quizás el pulido brillo de las gastadas losas de alabastro del pavimento de la estancia la chispa desencadenante de

Hablando de...

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Recién regresado a sus domésticos lares, abre el columnista el ordenador y de inmediato le sale al encuentro una agenda tan bullente de temas que no sabe por dónde comenzar a hincarle el diente. ¿Debería hablar de su esperanza-desconfianza respecto al comunicado en el que ETA anuncia un alto el fuego permanente y de carácter general, que pueda ser verificado por la comunidad internacional o de su perplejidad ante la nueva matanza que sacude – pero qué demonios pasa para que tan demenciales hechos se repitan tanto – a la sociedad estadounidense? ¿No sería mejor alegrarse en voz alta de que un referéndum parezca abrir expectativas de paz en un país tan castigado como Sudán o - por el contrario - lamentar que una vez más hayamos puesto nuestros nacionales intereses económicos por delante de la ética envainándonos ante el señor Li Keqiang cualquier referencia al tema, ni me lo toque, oiga, del Nobel Liu Xiaobo? Tal vez, no estaría mal echar – original uno, vaya - su cuarto a espadas en e

Larghetto veneciano

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Casi con la suave cadencia de un larghetto vivaldiano se despereza el día sobre el lineal horizonte de San Giorgio y la Giudecca - la equilibrada clá sica mesura palladiana del propio San Giorgio, de la iglesia de las Zitelle y del templo de Il Redentore como hitos – ante la, un día más, maravillada mirada del columnista que, a este otro lado del canal, no puede por menos que detener su apenas iniciado avance por la enlosada plataforma de los Zattere, aunque ello demore su propósito de alcanzar a temprana hora, a través del urbano dédalo – calles, callejones, plazas y soportegos – del sestiere de Dorsoduro, el Gran Canal a la altura justa del Puente de la Academia. Lo hace pues, aunque ahora ya deba reemprender camino doblando a su derecha, bien pronto sustituido el pesar por lo dejado atrás por el seductor embrujo de un callejera que, propiciado por la total ausencia de vehículos, se torna de inmediato ucrónico deambuleo. Y no puede sino pensar, en tanto goza delas a cada instante r