Un lapsus



Dado que siempre había estado más que convencido de que no hay ser humano que, por mucho autocontrol que tenga, no termine por descubrirse un día hablando solo, no se sorprendió demasiado cuando esa tarde se dio cuenta de que acababa de volver a hacerlo, vuelta su interior y apenas consciente reflexión, inesperado decir al aire. Tras comprobar, aliviado, cómo por fortuna su condición de único visitante en ese momento del salón central del pequeño museo al que le había conducido su vespertino deambular sin rumbo predeterminado le evitaba cualquier sofoco y excusa, no pudo sin embargo de dejar de preguntarse cómo el, por otro lado, más que alambicado y un tanto retórico producto del divagar de su cerebro había venido a transformarse en suelta frase en voz alta. Aún más, ¿cuál había sido el proceso mismo por el que, inmediato paso anterior, aquél se produjera? ¿Habría sido quizás el pulido brillo de las gastadas losas de alabastro del pavimento de la estancia la chispa desencadenante de que sus elucubraciones sobre los últimos resbalones de su personal acontecer hubiese llevado a su mental maquinar a precipitarse en sentencia tan rimbombante como la que acababa de oírse proclamar comparando el humano discurrir con el resbaladizo terreno de una vida empeñada en burlarse a la par de él y casi, casi de sí misma? La verdad es que… Claro que también, bien pensado, a qué venía tanto análisis si, como bien se sabe, qué demonios, un lapsus… un lapsus lo tiene cualquiera…
Publicado en Columna Cinco, Grupo El Día, el martes 18 de enero de 2011. Foto tomada de internet

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