Fidel


                                                                          Fidel Cardete (foto José Luis Pinós)

Corrían en Cuenca los setenta del pasado siglo. Teníamos los veintitantos –ventipocos o ventimuchos a cada cual– y nos creíamos, y hasta puede que un algo, al menos en nuestro desear, lo fuéramos, rebeldes y libertarios que es probablemente, sigo creyéndolo, lo más decente que a esa edad se puede ser. Y lo éramos en una ciudad en la que la Casa de Cultura era uno de los pocos, si no casi el único, escenario abierto a nuestros afanes, a nuestras pequeñas y probablemente provincianas, aunque a nosotros nos pareciesen cosmo-universales, aventuras. En ella montábamos nuestras exposiciones, celebrábamos nuestras charlas y desde asociaciones aún hoy por fortuna resistentes y actuantes como el cine club Chaplin o Amigos del Teatro pugnábamos, con todo el entusiasmo del mundo, por ser, ¡ay!, lo más libres posibles por los caminos del arte, de la cultura y, ¡vive Dios!, del intercambio de ideas y de la polémica. En ella por ejemplo guardábamos –la oficina llamábamos los del teatro al cuartito donde las teníamos– las fichas, algunas más bien fantasmales, de nuestros socios, y en su hoy desaparecido salón de actos programábamos tanto las más o menos mensuales representaciones como, en la mayoría de sus ediciones, las de las cinco Semanas a él dedicadas, de aquel movimiento socio-político-artístico que fue el entonces llamado Teatro Independiente. Pero decir la Casa de Cultura, recordémoslo subrayándolo, era decir Fidel, Fidel Cardete, ese Fidel que hace tan sólo unos días, el pasado 18 de este julio de todos los calores, nos decía adiós por más que hubiésemos llegado a creerle inmortal. A su socarrona y alargada sombra protectora montábamos nuestros tinglados –eso sí, jamás de los jamases nos dejó clavar ni siquiera una tachuela en el escenario de “su” salón de actos, niña intocable de sus ojos– e incluso llegamos hasta a desarrollar por sus escaleras, pasillos y recovecos,  seguro que mientras lo hacíamos andaría con el alma en vilo, nuestros iniciales o finales “happenings”. Y sobre todo nos sentíamos, aun cuando de tanto en tanto rabiáramos por su atemperar en prudencia nuestros desatados ímpetus, libres cual en ningún otro recinto, desde luego como en ninguna otra institución. Por ello, por todo ello, y también con el recuerdo en la memoria de quienes, con bastantes menos años, alguno antes que él, alguno casi a la par, prodigio  el suyo de espléndida longevidad, fuimos tan demasiado pronto perdiendo por el camino –Ángel Luis hace ya algún tiempo, Rodri, tan inesperada y recientemente– estoy seguro de que nadie de cuantos en aquellos días pudimos respirar entre los muros de “su” Casa de la Cultura un aire infinitamente más limpio, menos rancio y opresor que el común de la época, hemos olvidado ni olvidaremos ni la longínea y quijotesca silueta, ni la bonhomía, ni el exquisito comportamiento del hidalgo de recia y clásica estampa y espléndido corazón que fue y en nuestro sentir siempre será, Fidel Cardete, don Fidel.

Artículo aparecido en el semanario Las Noticias de Cuenca, sección DÉJENME QUE LES DIGA. Semana del 31 de julio al 6 de agosto de 2015.

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