SOS para la Catedral
La interesante, detallada
y, a la par, extraordinariamente amena charla sobre el proceso constructivo y
la iconografía del Arco de Jamete de nuestra Catedral con la que la joven
investigadora y profesora de la Escuela de Arte “Elena de la Cruz” de
Guadalajara, la doctora conquense Laura María Palacios Méndez, iniciaba el
pasado martes 11 de enero las convocatorias del nuevo trimestre de la semanal
programación de la Real Academia Conquense de Artes y Letras, volvía a poner
sobre el tapete de la actualidad el acusado proceso de deterioro de este
elemento arquitectónico en su día promovido por el obispo Sebastián Ramírez de
Fuenleal que, a más de ser una de las obras más emblemáticas de su autor, el
escultor, imaginero y entallador natural de Orleans Étienne Jamet, más conocido
por su castellanizado nombre de Esteban Jamete, está asimismo considerado como
una de las obras maestras del Renacimiento en España y en Europa en el interior
de un edificio y es uno de los grandes valores patrimoniales del templo.
Atacado por la humedad y la haloclastia, la cristalización de sales, como
probable consecuencia, junto a la propia condición caliza de la piedra, de las
filtraciones a la par de la cubierta superior y de la conducción urbana de agua
paralela a su fábrica ese deterioro –que llevaba a
Hispania Nostra, la asociación que desde 1976 labora en pro de la defensa,
promoción y puesta en valor del patrimonio cultural y natural, a incluirla, a mediados del pasado septiembre,
en la Lista Roja que recoge aquellos elementos del Patrimonio Cultural Español
que se encuentren sometidos a riesgo de desaparición, destrucción o alteración
esencial de sus valores– viene siendo monitorizado y estudiado por la Escuela
Politécnica de Cuenca y el Instituto Geológico y Minero de España en una labor
que ojalá sirva en alguna medida –y si no acométase pero ya cualquier otra
actuación– como punto de partida de una acción protectora que pueda concretarse,
más allá de remiendos puntuales y más pronto que tarde, que el caso urge, en un
proyecto serio, continuado e integral que incluso podría conllevar, más que
probablemente, trabajos fuera de la propia fábrica del templo, en la aledaña
red urbana de agua. Un proyecto por tanto para el que evidentemente resultará
necesario un soporte económico suficiente y consolidado que, como es evidente
que estará más allá de las posibilidades del cabildo, deberá afrontarse a
través de la aportación mancomunada de las distintas administraciones públicas,
de la local a la estatal pasando por la autonómica. Un proyecto que, por otro
lado, debería formar parte de un renovado y ambicioso Plan Director General del
templo que acometa la salvación global de un edificio a muchos de cuyos puntos
y elementos puede, por desgracia, extrapolarse lo que viene ocurriendo en el
propio Arco. Así lo requiere sin duda, y por ello debemos demandarlo y
exigirlo, la condición de un edificio que, recordémoslo con todos los
subrayados habidos y por haber, es el elemento más emblemático de esa realidad
arquitectónica urbana que, en íntima imbricación con el entorno natural de la
ciudad, le consiguiera a Cuenca esa calificación de Patrimonio de la Humanidad
de la que, recuerden, acabamos de conmemorar los veinticinco años de su
otorgamiento.
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