Pese a todo






Hubo un tiempo en el que muchos (ya, bueno, al menos algunos) de quienes crecimos en el triste coto de la dictadura como ciudadanos de tercera y sometidos vasallos maniatados, idealizamos Europa como el anhelado ámbito de todas las libertades y virtudes. Y aunque luego acabáramos descubriendo que, si bien mucho mejor que lo hasta entonces propio, tampoco era oro todo lo que tanto en él nos había parecido relucir, nos resistimos a que nada ni nadie nos hurtaran lo soñado. Y por ello nos dijimos que además de aprovechar lo mucho bueno que el haber entrado en él nos había proporcionado, lo que había que hacer era currarse el que se acabara pareciendo lo más posible a lo que nuestra imaginación y deseos nos pintaran. La empresa, sin embargo, ha resultado mucho más complicada de lo que, ingenuos, supusimos, y el día a día nos ha ido enfrentando a una realidad que cada vez parece más ajena a nuestros anhelos y ahí están, claro ejemplo de ello, la en estos mismos días mutación en inútiles provincianos referendos de la llamada a continentales urnas y el propio paralelo desapego de los potenciales votantes, tampoco tan exentos de culpa, por otro lado, en su sumiso aceptar el trágala de los partidos. Dejadme sin embargo tener la esperanza de creer que aún podemos leernos a nosotros y a ellos la cartilla y virar el rumbo para, dentro de unos años, poder ofrecerles esa Europa que un día soñamos a quienes como Pablo – un beso Aisha, un abrazo Raúl, felicidades abuelos – acaban de incorporarse al viaje.

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