Un señor actor

Jugaba en casa; no había más que ver la sala, ni un asiento libre de patio a platea, de platea a palcos. Pero eso, que incluso podía haber jugado en contra – la responsabilidad ante los próximos y paisanos, aquello de que nadie es profeta en… - no fue lo importante. Lo importante fue su saber estar y hacer, su pisar fuerte y seguro la a la par bella y funcional escenografía de Almudena López, su dicción impecable del espléndido texto del esperpento valleinclanesco, la tan difícil naturalidad con que encarnó, pura vida, las tragicómicas desventuras del pobre don Friolera – ¡ay! Pascual, Pascualín de carcajada y lágrima – incluidos los hábiles guiños dictados por un tan zorro viejo de la puesta en pie teatral cual Ángel Facio (con que Arniches a lo bestia, ¿no?, al fin lo pudiste montar…) Lo importante fue el poder disfrutar, en velada tan vectada para él de emociones – y dentro de un colectivo de tan ejemplar nivel y empaste, Teté Delgado, Nacho Novo, Isabel Ayúcar, por Dios, qué doña Tadea – de un actor como la copa de un pino. El constatar de sobra tanto la justicia de las laudatorias críticas ya cosechadas en el estreno en Madrid y en la larga gira por tantos escenarios del país, como la de su nominación a los premios de la Unión de Actores. El corroborar el buen ojo crítico del mismísimo implacable Marcos Ordóñez cuando ya se fijó, cuatro años atrás, en su interpretación del don Galán de Romance de Lobos. Hablo, que quede escrito, del castellanomanchego, del conquense Rafael Núñez, todo un señor actor.

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