Noche de Reyes



Con el último bocado de tortilla casi todavía en la boca, se levantó, llevó el plato al fregadero, tomó del microondas el ya caliente descafeinado de cada noche y, apagando tras sí la luz de la cocina, entró en el salón y se arrellanó en el sofá ante el televisor. El zapeo por las distintas cadenas le llevó a constatar, cual tantas otras veces, su nulo interés por sus ofertas, de modo que optó por mantener en pantalla la última pulsada – qué más daba - a la espera de lo que pudiera depararle cuando cesase la prolija serie de imágenes de las festivas cabalgatas protagonizadas por todo el país por Sus Majestades de Oriente. La visión de los tres Magos saludando desde sus cabalgaduras o sus carrozas le retrotrajo sin embargo a la enfervorizada tensión de espera experimentada de niño en noches semejantes, en inevitable contraste con su actual certeza de la ausencia de cualquier presente a él destinado por más de Reyes que fuera a ser el día siguiente. Y pese a su ya más que asumida condición de adulto solitario, ello le vino a provocar una vaga sensación de melancolía que quizá fue lo que le decidió a apagar el televisor y emprender bastante antes de lo habitual el camino del lecho. Lo que jamás pensó es que, al abandonarlo a la mañana siguiente, iba a encontrarse, asomando bajo la puerta de la calle, aquellas breves líneas de la joven vecina del tercero, tantas veces en sus ensoñaciones objeto imposible de deseo, invitándole – “ya que no parece que tú vayas a decidirte nunca a hacerlo” – a salir con ella por la tarde.

Publicado en Columna Cinco, Grupo El Día, el martes 5 de enero de 2010. Ilustración tomada de Internet

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