Ni un paso atrás
Costó, bien lo saben
ustedes, dios y ayuda y aún, por supuesto, es necesario seguir peleando cada
día para mantenerla en pie e intentar mejorarla, pero a lo largo del tiempo los
países occidentales fuimos construyendo, aunque fuera a trancas y barrancas y aunque
todavía nos ande plagada de imperfecciones, un tipo de sociedad, la sociedad
democrática, que, con todos sus fallos, ha resultado ser no ya la menos mala,
como dicen algunos, sino, qué demonios, la mejor que a lo largo de su historia
ha logrado darse el ser humano. Una sociedad a cuya base, como elementos
sustantivos, hemos colocado el respeto a la diferencia –y por tanto la
tolerancia– y la libertad de conciencia, una libertad de la que son inmediatos correlatos la
libertad de pensamiento, la libertad de opinión y la libertad de expresión, justo
los valores contra los que el fanatismo se revuelve y contra los que volvía a atentar
el pasado miércoles en su despiadado y trágico ataque al semanario satírico
francés Charlie Hebdo, semanal emblema del derecho a la crítica y a la siempre necesaria
irreverencia. Un atentado que, como cuantos le han precedido y por desgracia
casi seguro le sucederán, ni deben sumirnos en el miedo –no les concedamos esa
victoria– ni conducirnos jamás a renunciar a ellos, a esos valores, sino todo lo
contrario, a ahondar en su plasmación con independencia de que, evidentemente, tomemos
cuantas medidas de seguridad podamos y cuanto más eficaces sean mejor, para, reitero
que sin olvidarnos de ellos, prevenir y defendernos de los ataques de quienes
quieren arrebatárnoslos.
No, no demos ni un paso
atrás porque esos valores no son sólo la esencia misma de una forma no ya de
organizarnos, sino de ser. Y aún cuando a veces parezcan hacernos jugar en
desventaja en la lucha contra aquellos para los que su irracional fin justifica
cualquier medio, no podemos, si queremos seguir siendo quienes somos, renunciar
jamás a ellos: si lo hiciéramos ¿en qué nos diferenciaríamos de quienes por la
fuerza pretenden erradicarlos? Recordemos, tengamos bien presente, que, pese a esa su en ocasiones apariencia de
fragilidad, ellos son –si le quieren llamar paradoja llámenselo, pero así es– nuestra
fuerza. Dicho lo cual, permítanme que finalice esta entrega expresando mi dolor
por la muerte de tantos de mis colegas de profesión y de los policías que ese
día fueron también víctimas a su lado de la barbarie terrorista, sin olvidar en modo alguno a cuantos antes que
ellos sufrieron también el zarpazo del fanatismo.
Artículo publicado en Las Noticias de Cuenca el viernes 9 de enero de 2015. Foto tomada de Internet
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