Nieves, desilusiones y esperanzas























La verdad es que a este articulista a lo que en realidad le hubiera gustado dedicar la presente semanal entrega, dando de lado por una vez tanta adustez y tanto desasosiego como nos vienen gastando los tiempos, hubiese sido –y en, en verdad, a punto estuvo, ha estado, de hacerlo–  habría sido a intentar transmitirles la sensación de paz y belleza que en la noche de los pasados martes a miércoles le inundara al contemplar fascinado, desde la ventana de su dormitorio, la delicada, casi lírica ceremonia con que la nieve, esa nieve que Cuenca ciudad ya tenía casi olvidada por más inviernos que el calendario afirme que nos gastamos, iba vistiendo de blanco con la grácil, sutil, casi etérea danza de sus copos el entre urbano y campero panorama, los edificios y el río en íntimo tú a tú, que tiene la fortuna de poder avistar desde su casa. Pero, cómo, cómo hacerlo, cómo ponerse ni bucólico ni idílico en estos putos tiempos en que no paran de caérsenos, un día sí y otro también, todos, pero que todos todos los palos del sombrajo. Porque ya me dirán si no es así… ¿Acaso no creíamos, confiados e inocentones, pues por ejemplo, y da igual empezar por dónde empecemos, que eso que en el mundo occidental y por tanto también en este nuestro bendito país dimos en llamar el estado del bienestar era un logro consolidado y ya ven cómo andamos por estos patios aunque aún nos tengamos que tentar la ropa y andar agradeciendo el no haber nacido, Dios nos valga, griegos? ¿O no pensábamos, por seguir el repaso, que la guerra fría era cosa del pasado más pasado y anda que no resuena y resuena su nada deseable eco entre los zambombazos de la bien poco soterrada guerra de Ucrania?  O anda, otra más, que no nos ilusionaba suponer que aquello de las primaveras árabes, ¿se acuerdan?, pues lo mismo se asentaba y ¡zas!, con ello se iniciaban en esas naciones procesos que, mal que bien, acabarían llevando a sus pueblos a unos mínimos de libertad y democracia que, qué demonios, pero cómo somos de tontorrones, ¿no?, lo mismo conseguían de paso irnos quitando del horizonte la asesina sinrazón del terrorismo alqaediano y por contra cada día nos despertamos con una impensablemente peor que la del día anterior muestra de la vesania de los desalmados que integran Boko Haram o el autodenominado Estado Islámico. Y tantos otros parejos despropósitos –pero dejémoslo ya– como nuestra especie se empeña en, erre que erre, perpetrar a la contra de ese orgulloso pero a lo que se demuestra bien poco adecuado apelativo de racional con que gusta auto-apellidarse. Y sin embargo quizá sí, quizá el articulista hubiera debido hacer caso de su primera intención y haber dedicado estas líneas  –perdónenle, perdónenme, el no haberlo hecho– a intentar transmitirles cómo esa noche del martes al miércoles pasado sí pudo, siquiera por unos instantes, desde su capacidad para aprehender la belleza de ese momento y el sueño de esperanza que para un futuro mejor ello significa, sentirse ufano de pertenecer –contradictorio, ¿no? –  a ese género humano que ojalá acabe, algún día, por merecer tal calificativo.

Artículo publicado en "Las Noticias de Cuenca"  Sección "Déjeme que le diga" Viernes 6 de febrero de 2015. Foto de Antonio Garrote.

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