ULTIMÁTUM
“Ultimátum a la Tierra” es una película de ciencia
ficción dirigida en 1951 por Robert Wise en la que un extraterrestre llega a
nuestro planeta con la misión de entregar un mensaje a la humanidad para que frene
la carrera armamentística nuclear –el film se rueda y estrena en plena guerra
fría– mensaje que desgraciadamente no va a encontrar la aceptación que debería
tener. La cinta, que se alzó con el premio a la mejor película para promover el
entendimiento internacional en los Globos de Oro de ese año, tuvo, cincuenta y
siete después, en 2008, un remake realizado por Scott Derrickson y con Keanu Reeves
en el papel del bienintencionado alienígena, que sustituía el mensaje pacifista
de su antecesora por el de la absoluta necesidad de revertir el daño ambiental
que nuestra actividad infringe a nuestro hábitat global. Ambas realizaciones
cinematográficas se le vinieron inmediatamente a la cabeza a este comentarista
–lo extraño es que no lo hubieran hecho en cualquier otra anterior ocasión– al
hacerse públicos, el pasado miércoles, los datos del informe “La crisis
invisible del agua” del Banco Mundial en el que se alerta de cómo la
contaminación no sólo afecta a nuestros océanos –tal como volvía a ponerse de
manifiesto, una vez más, en su caso centrada en los plásticos que asfixian la
calidad de sus aguas, en la reunión mantenida en junio por los países integrantes
del G 20– sino que alcanza a las aguas
continentales, exponiendo cómo una combinación de bacterias, aguas residuales,
restos de productos farmacéuticos y, también aquí, microplásticos las están
transformando en veneno para los ecosistemas y las propias personas; una
contaminación que incluso –recordemos que al fin y al cabo quien nos lo asevera
es una entidad económica–puede recortar el crecimiento en algunos países hasta
la alarmante cifra de un tercio, sin que tampoco nuestra más inmediata
realidad, la europea, se libre de ello, que también en nuestros países es alto
el riesgo aunque depuremos nuestras aguas residuales –y aún habría que
inquirirnos por en qué medida en la realidad práctica del día a día lo
hacemos–ya que por ejemplo los nitratos procedentes de los fertilizantes que
usamos en nuestra agricultura y en la actividad ganadera, además de la alta
salinidad y el poco oxígeno, continúan sin estar controlados: en nuestro propio
país, por ir a lo todavía más cercano, y según otro informe, en este caso del
Instituto Geológico Minero nacional, en torno a ciento setenta de las
setecientas masas subterráneas de agua existentes están afectadas por nitratos.
¿No es ya, pero que ya, tiempo de que nos demos un ultimátum –un autoultimátum–
para actuar que tenga mejor resultado, por cierto, que los emitidos por el
bienintencionado extraterrestre de los filmes de Wise y Derrickson?
(Artículo publicado en Las Noticias de Cuenca Semana del 23 al 29 de agosto de 2019)
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