El plan que nunca fue (En memoria de Miguel Ángel Troitiño)
Con ocasión de su
fallecimiento se ha destacado la intensa y continuada labor investigadora del
geógrafo Miguel Ángel Troitiño, ya desde
su misma tesis doctoral, sobre el patrimonio urbanístico conquense, reseñando
muchos de sus trabajos y publicaciones y subrayando especialmente su autoría del
texto del expediente presentado en la UNESCO para la declaración, en 1996, de
Cuenca como Ciudad Patrimonio de la Humanidad. En esta mi modesta aportación de
hoy a su memoria quiero recordar –quizá ha sido una de sus tareas menos
reseñada estos días– su condición de integrante del equipo que al comienzo de
los años ochenta redactó una interesante propuesta de rehabilitación del Barrio
de San Martín de nuestra capital, propuesta que desafortunadamente no tendría
luego ni efectos ni realización
práctica. Se trataba de uno de los Estudios de Planes Piloto que, hijos de la
sensibilización existente a lo largo de las dos décadas anteriores respecto a
la necesidad de recuperar y rehabilitar los cascos históricos de nuestras
ciudades, había promovido la Dirección General de Arquitectura y Vivienda.
En
el competente equipo que, compuesto por arquitectos, ingenieros y sociólogos
–Javier Aguilera, Dolores Artigas, Rafael Pina, Francisco Pol, Vicente Gago y
Javier Álvarez– se encargó de redactarlo figuraba, en su condición de geógrafo
experto en nuestro urbanismo, él, Miguel Ángel Troitiño. Tras el concienzudo
estudio de las características y estado del complejo entramado del barrio, la
propuesta diseñaba las actuaciones que a juicio de sus redactores deberían
llevarse a cabo para su recuperación urbana y social mediante una estrategia que,
enmarcada en unas recomendaciones generales para el conjunto todo de la Ciudad
Alta especialmente en aquellos aspectos –como los equipamientos comunitarios,
el turismo y el transporte- en que la limitación al marco concreto del barrio
presentaba mayores insuficiencias, proponía una serie de intervenciones de
adecuación ambiental de las zonas de estancia ya existentes –entre otras, por
cierto, el tan traído y llevado Jardín de los Poetas– o la creación de otras
nuevas por ejemplo en los espacios situados en los bordes de la muralla o en las
ruinas de la Iglesia de San Martín, definiendo asimismo un adecuado tratamiento
de los jardines, patios y huertas privados situados al pie de la cornisa, al
tiempo que, en paralelo, se planteaba la recuperación de la Iglesia de Santa
Cruz como espacio integrador de actividades culturales y sociales, así como la
instalación de nuevas dotaciones económicas y comunitarias, articulando las
distintas zonas mediante un eje peatonal que discurriría al pie de la cornisa y
entre el núcleo de San Martín; una estrategia complementada, de modo coherente,
con propuestas de actuación sobre la edificación definiendo estrategias parciales
diferenciadas para cada uno de los conjuntos integrantes del barrio y, por
supuesto, con una serie articulada de propuestas de gestión y financiación que
pudieran hacer viables esos objetivos. Pero no se trata de detallar aquí y
ahora aquel Plan que, lamentablemente, cual quedó dicho, nunca llegó a
aplicarse convirtiéndose así en ese “Plan que nunca fue” que este texto tiene
como título, sino honrar por mi parte, recordando su participación en él, de
ese ejemplo de profesionalidad, buen hacer e interés por cuanto a Cuenca
atañera que fue Miguel Ángel Troitiño. Mucho es lo que la ciudad y los
conquenses le debemos.
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