Más que nunca
Ha hecho sol. Ha hecho
sol y ha subido notablemente la temperatura. Tras tantos días de encierro hemos
salido, entre el júbilo y el temor, a la magia de la luz y el aire libre. Hasta
los más viejos –no les tengamos miedo a las palabras, las cosas son lo que son–
hemos salido por fin a embebernos de movilidad y primavera. El río, en todo su
esplendor de verdes y reflejos –ventajas, privilegio habría que decir, de vivir
donde uno vive– era estas mañanas una orgía de independencia y vida. Entre las
ramas de los chopos y los fresnos, por sobre la ceremoniosa presencia de la
sarga, por sobre la plural ofrenda de zarzas, majuelos, hiedras y nuezas, por
sobre la sencillez de las compuestas, el
rojo aquí estoy de ésta o aquella amapola y la amarilla elegancia de los
lirios, sobrevolando el carrizal y el ahora raudo, ahora remansado discurrir de
la corriente, dominio del azulón y de algún ocasional cormorán, la pajarería
entonaba su abigarrado concierto de trinos y gorjeos. Hemos sido pocos y
precavidos y la distancia que se nos había indicado ha sido la norma en
nuestros ocasionales cruces. En otras partes, de aquí y fuera de aquí, las
redes y los medios han hablado de mayores o menores aglomeraciones e
imprudencias pero por estos en verdad poco concurridos parajes tan sólo alguna
presencia poco respetuosa con el horario preceptuado, si a su edad nos atenemos,
ha sido la excepción a lo establecido. Y uno piensa, a fuer de convertirse,
espero que me lo perdonen, en sermoneador, que así debe ser y así debe seguir
siendo; que como ciudadanos conscientes no podemos echar a perder por tonta
irresponsabilidad lo que tanto nos ha costado, nos está costando y nos seguirá costando todavía, ir
consiguiendo. Como también piensa que a esta postura ciudadana bien que le
vendría –bien que nos vendría, y por supuesto que debemos exigir– una mayor
sensatez y una mayor cordura de nuestra
clase política. Que nuestro presidente, por ejemplo, junto a tantas medidas
que, en medio de esta crisis sin precedentes, ha tenido que ir tomando con, al
menos es lo que a este articulista le parece, bastante buen criterio, tuviera
un algo más de mano izquierda, un algo más de, digamos, sabia mano vaticanista,
y si hay que llamar mil veces a la oposición, pues que la llame aunque bien
sospeche cuáles van a ser sus respuestas; y que ésta, la oposición digo, –la
derecha a la que aún le quede un algo de responsabilidad y sentido común, que
la empecinadamente encerrilada ya sabemos, ya es vox populi, de qué va, deje de
solicitar hoy lo contrario de lo que pidió ayer y en vez de encastillarse en el
no a cuanto se le proponga, oferte propuestas reales, racionales y concretas; y
que los nacionalistas se olviden de extemporáneas reivindicaciones de eso
quiero hacerlo yo y tomando ejemplo de la armonía y consensos conseguidos en
otros países–¡ay, Portugal, por qué te quiero tanto! – aúnen esfuerzos y,
dejando para más adelante sus legítimas discrepancias ideológicas, y cediendo unos y otros, remen todos juntos en
la misma dirección que no es otra que la que tiene que llevarnos a salir de
este atolladero. Que tanto nosotros, los de a pie, cumpliendo con responsabilidad
y respeto las normas que se nos van marcando, como ellos, los políticos,
respondiendo a su papel de dirigencia, estemos pero que ya y sin subterfugios,
ahora más que nunca –y junto a nuestra necesidad de autocontrol ciudadano ahí
está esa próxima votación en el congreso para la renovación o no del estado de
alarma– a la altura de lo que la situación nos exige. Por Dios, que ya que
parece que por fin vamos pudiendo levantar cabeza no vaya a ser que, entre unos
y otros, nos la acabemos autocortando.
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