Ahora o nunca
“No son tiempos nada fáciles para Europa”
confesaba hace nada –el pasado martes, vaya– el ministro de Exteriores de
Alemania Heiko Maas al hilo de su encuentro en Valencia con su homóloga
española Arancha González Laya. No, desde luego; desde luego que no lo son pero,
qué demonios, acaso precisamente esa extrema dificultad de la situación,
probablemente la más ardua, complicada y crucial de cuantas la Unión Europea ha
tenido que aportar a lo largo de su existencia, ¿no debería llevarnos a,
haciendo de la necesidad virtud, decidirnos de una vez por todas a que ella –la
hoy por hoy todavía, no lo olvidemos, nuestra Unión– juegue en la palestra
internacional un papel como actor geopolítico al que, maldita sea, tanto hemos venido
en los últimos tiempos renunciando? Un papel que –tampoco estamos tan
minusválidos, caramba si realmente sumamos cualidades, potencias y esfuerzos en
una acción realmente mancomunada– evite quedarnos como comparsas en ese tablero
mundial donde, con la tensión entre Estados Unidos y China como telón de fondo,
están dispuestas, ellas sí, a apostar sus propias bazas potencias emergentes
como, por ejemplo, India, Rusia, Irán o Turquía. Hagámoslo; hagámoslo y sin
demora porque quizá, o casi sin quizá, no vayamos a tener otra ocasión para
hacerlo. Porque además de reparar en el menor plazo posible los daños que ya en
tan gran medida nos afectan, hay que preparar, pero ya, la construcción del
ámbito en que se desarrollará –progresando o fracasando– la próxima generación.
Qué demonios, aprendiendo de lo hecho y de lo no hecho y sin la permanente
rémora que suponían los nihil obstant de los británicos (que ojalá, no se me
malinterprete, hubieran continuado con nosotros) saltemos decididos al
escenario global potenciando –más allá de la tan demostradamente insuficiente y
reduccionista idea de limitarnos al tan cacareado mercado único, por otro lado
tan amenazado– la consecución de una dimensión política real que nos otorgue la
suficiente capacidad para defender, por supuesto que sí, claro que sí, nuestros
intereses económicos y estratégicos pero también, sustentándolos y
disciplinándolos, nuestros valores –déjenme que use sin miedo el calificativo–
morales; esos valores humanísticos que en tantas ocasiones, sacando pecho, proclamamos
que son la base de nuestra común cultura sociopolítica pero que las más de las
veces tan poco hemos aplicado en realidad en nuestro trapacero discurrir comunitario.
Hagámoslo comenzando por ejecutar una recuperación sostenible, uniforme, inclusiva
y justa para todos los estados que la integramos diseñando –y aplicando, ¿eh?
– medidas que potencien la resiliencia
de nuestras sociedades, como, sin ir más lejos, ese pacto verde y esa digitalización
que tanto se nos dice que impulsarían el crecimiento y el empleo y nos
conducirían a conseguir una autonomía estratégica y una seguridad económica y a
la mejora de nuestro medio ambiente. Sí, hagámoslo y hagámoslo ya porque, la
verdad, va a ser ahora o nunca. Que lo veamos.
Artículo publicado en Las Noticias de Cuenca -en papel y digital- el viernes 26 de junio de 2020
Artículo publicado en Las Noticias de Cuenca -en papel y digital- el viernes 26 de junio de 2020
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