Cuestión de urgencia
imagen tomada de http://envejecimientoenred.es/
Entre tantas cosas que la
pandemia que hemos venido y aún seguimos padeciendo ha dejado más que claro es
sin duda la imperiosa necesidad de potenciar, mejorar y perfeccionar por un
lado nuestra sanidad pública –y dentro de ella especialmente la atención
primaria, absolutamente decisiva a la hora de la prevención de amenazas y como
primer escalón de la planificación de nuestra defensa frente a ellas–, una
sanidad pública tan afectada por la visión neoliberal y privatizadora de estos
servicios que, impulsada por unos y no corregida por otros, desgraciadamente padecimos
en los últimos tiempos y, junto a ella, también hacer lo propio con el imprescindible
servicio social prestado por las residencias para mayores y –no las olvidemos
tampoco– para personas con dependencias, algo que debe estar, junto con la
mencionada necesaria potenciación de la atención primeria, entre lo más urgente
a solucionar entre tantas carencias como la crisis nos ha puesto de relieve. A
este respecto, vaya si no puede, desde luego, venir más que bien esa propuesta
que, según se nos anunciaba iba a hacer el vicepresidente del gobierno a las
Comunidades Autónomas en el correspondiente Consejo Territorial de este jueves
para crear un grupo de trabajo, con la participación de las propias autonomías
–que, recordemos, que hay a quien parece que lo olvida, son las competentes sobre
el control y seguimiento de este servicio social de alternativa de alojamiento–
y, junto a ellas y con ellas y con –pues claro que sí– el propio ejecutivo
nacional, la presencia de expertos y agentes sociales, para analizar las
medidas de prevención necesarias para evitar posibles rebrotes del coronavirus
en las residencias de mayores, propuesta que ojalá salga adelante pero que este comentarista a la
hora de redactar este texto, en la todavía mañana del propio jueves, aún no sabe
si habrá tenido aceptación o no. Pero
también, también urge –y cómo– echar la mirada un algo más allá y acometer, pero
que ya, la mejora de una red que evidentemente, cual ha quedado
desgraciadamente de manifiesto, no alcanza en su globalidad –salvemos las
excepciones que haya que salvar– las
características y condiciones óptimas. Una red que en concreto en nuestra
región, Castilla-La Mancha –y echo mano, a falta de estadísticas estrictamente oficiales de los
datos, referidos a 2019, estimados por investigadores como Antonio Abellán,
María Aceituno Nieto o Diego Ramiro Fariñas que me parecen especialmente
fiables – debía en ese momento atender a
una población institucionalizada fuertemente envejecida que alcanzaba a cerca de 27.000 personas (26.649)
personas en un total de cuatrocientos setenta y un establecimientos; una red
que no tenía tanta diferencia en cuanto a número entre establecimientos
públicos y establecimientos de índole privada (y por tanto con objetivos de
beneficio económico) como en bastantes otras zonas del estado –eran 265
públicos por 208 privados– que sin embargo sí se hace mayor si comparamos las
9.991 personas atendidas en los primeros con las 16.658 que lo son en los
segundos. Toda una tarea probablemente no fácil pero desde luego imprescindible
que exige la acción urgente y decidida todos los responsables a cualquier nivel
pero, dado como legalmente estás las cosas, y por cuanto más de cerca nos toca,
de nuestros gestores y representantes autonómicos.
Artículo publicado en las ediciones en digital y papel (viernes 19 de junio de 2020) de Las Noticias de Cuenca
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