Una utopía
Hace algo menos de
treinta y cinco años, en concreto en noviembre de 1985, la ciudad de Cuenca,
nuestra Cuenca capital, se convertía, aunque fuera tan solo, ¡ay!, por unos
días, en una “rara avis” del panorama comunicacional hispano al transformarse
en la primera población del país que, en aquellos años de tanta modestia
comunicacional a nivel estatal, recibía simultáneamente, bajo el atrayente
epígrafe de “Cuenca, ciudad global”, la programación de un turbión de canales
de televisión, tanto nacionales como extranjeros, recepcionados vía satélite
mediante antenas parabólicas instaladas al efecto, al que se añadía uno local
en el que, junto a tres presentadores del espectro televisivo tan conocidos en aquellos
días como Ladislao Azcona, Joaquín Arozamena y Pedro Meyer, intervinieron
periodistas e informadores conquenses en una experiencia complementaria paralela
al seminario sobre comunicación patrocinado por la Universidad Internacional
Menéndez Pelayo, la UIMP, vaya, en
colaboración con RTVE y otros organismos y empresas públicas y privadas iniciando
una experiencia que, con distintos formatos, iba a prolongarse a lo largo de
diez años acogida al patrocinio de Fundesco, la Fundación para el Desarrollo de
la Función Social de las Comunicaciones subvencionada casi al cien por cien por
Telefónica. Veterano cual –por ser autopiadoso en el calificativo– es este
columnista, el hecho, para aquellos días fascinante hecho, del que fue testigo
y modesto participante, le volvía a la memoria al hilo de las informaciones que
en estos últimos tiempos han venido apareciendo en los medios sobre la
construcción de agrupaciones urbanas o incluso verdaderas ciudades completas
que cabría llamar “ciudades del futuro” como, por ejemplo, el nuevo barrio –Merwede– proyectado por las autoridades de la ciudad
holandesa de Utrecht que, diseñado desde cero en torno al peatón teniendo en
cuenta los nuevos paradigmas en movilidad y respeto al medio ambiente, contará
con 12.000 habitantes, un proyecto que se pretende, además, que sea
colaborativo y, de hecho, está abierto a la participación ciudadana y que se
espera que pueda acoger ya a sus primeros habitantes en 2024; o como la Woven
City que, con una extensión de más de setenta hectáreas, edificará en Japón, a los pies del monte Fuji,
la empresa Toyota y en la que, concebida como un asentamiento de residentes e
investigadores a tiempo completo que podrán probar y desarrollar tecnologías
como la conducción autónoma, la robótica, la movilidad personal, las casas
inteligentes y la inteligencia artificial en un entorno real, experimentará las
tecnologías que inspirarán la movilidad de los tiempos que llegan. Y, apoyado
en esa melancólica rememoración de aquella experiencia mediática de nuestra
capital en los ochenta en las primeras líneas de este texto aludida, el columnista,
utópico perdido, lo reconoce, desde siempre, se pregunta si, dadas nuestras
características poblacionales –permítanme el sueño– no podríamos ofertarnos y
buscar, a como sea, patrocinadores para albergar alguna experiencia parecida
que, sacándonos de nuestro actual marasmo, nos encarrilara por las vías de un
porvenir que mutara para bien nuestra actual tan poco floreciente realidad
socioeconómica. Utópico, ya les dije, que es uno.
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