Cuestión de salud
Cuando se habla de los
peligros del calentamiento global y el cambio climático y cómo sus desastrosos
efectos sobre el medio ambiente afectan al futuro no ya lejano sino casi
inmediato de nuestro planeta se nos vienen de inmediato a la cabeza asuntos como
la desertización, el desboque de la meteorología o el deshielo progresivo de
los casquetes polares, temas que quizá por el cierto eco casi apocalíptico que
parecen conllevar puede que demasiadas veces nos resulten preocupantes
teóricamente pero que, al menos por estos nuestros hispanos pagos, a salvo por
ejemplo de tsunamis y fenómenos similares, aunque no por cierto de la
desertización, no acabamos de sentir como demasiado directamente relacionados
con nuestro más inmediato día a día. Y sin embargo hay consecuencias de ese
calentamiento y de ese cambio climático que sí que atentan ya, ahora mismo, a
ese nuestro cotidiano vivir, en concreto a nuestra salud, consecuencias que vaya
si no están ya ahí, no sólo amenazantes sino actuantes –la propia Organización
Mundial de la Salud nos ha alertado de cómo casi un cuarto de la morbilidad y
la mortalidad actuales son achacables a factores medioambientales– pero consecuencias que, menos aún probablemente
pensamos en ello, pueden en buena medida combatirse cambiando nuestros actuales
modos diarios de vida. A este respecto resulta más que interesante la reciente publicación
en la revista The Lancet Planetary Health de un estudio sobre los beneficios que
precisamente para nuestra salud pueden tener políticas climáticas relacionadas no
sólo con la reducción de las emisiones que empeoran la calidad del aire o con
la mejora de nuestros medios de movilidad, sino también con la modificación,
por ejemplo, de algo tan de nuestro día a día como es nuestra dieta
alimentaria, factor coadyuvante en una acción conjunta para frenar el avance
del cambio climático y conseguir dejar el calentamiento dentro de los
límites menos catastróficos posibles, señalando que si consiguiéramos cumplir
el objetivo del Acuerdo de París de lograr que el incremento de la
temperatura media del planeta se quedara por debajo de los dos grados respecto
a los niveles preindustriales eso se traduciría en claros beneficios para la
salud de la población; y a este respecto hacen incluso una proyección de las
vidas que así se podrían salvar: en concreto en el informe, que se centra en
nueve países responsables del setenta por ciento de las emisiones de efecto
invernadero mundiales y en los que vive la mitad de la población mundial y entre los
que figuran los dos principales contaminantes del planeta, China y Estados
Unidos, se calcula que con tan sólo esa mejora de la dieta a partir de 2040 se
podrían salvar, sólo en ellos, en esos nueve países, hasta 6,4 millones de
vidas al año. Y, añaden, y vamos así a lo antes indicado, sería precisamente el
referido a esos cambios en nuestras costumbres alimentarias el ámbito en
el que ven más margen de acción, señalando cómo deberíamos transformarlos hacia
un mayor consumo de frutas y verduras y la reducción en el consumo de carne
roja y alimentos procesados, algo sobre lo que, a uno le parece –quede ahí la
reflexión– que deberíamos pensar más menudo.
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