Por insistir
Foto JAG
Mala memoria ha dicho en
su último comunicado público la asociación Cuenca Abstracta que tiene nuestra
capital en lo referente –son sus palabras literales–
a “aquellos proyectos e ilusiones que pueden suponer un cambio para la deriva
que lleva la ciudad”, una mala memoria que su denuncia trae a colación a
propósito en concreto del tiempo que llevamos “sin noticias de, entre otros
proyectos, la accesibilidad a nuestro casco histórico”. Y bueno, pues evidente
es que tienen razón, que tras tantas polémicas y debates, tras tantos planes,
tras tantas cambiantes decisiones pre y poselectorales sobre los modelos y las características
de los tan traídos y llevados posibles remontes –que si ascensores, que si
escaleras mecánicas– pues ahí andamos, abocados a la nada más absoluta a la
hora de concreción real alguna para la puesta en marcha de cualquier medida o
al menos eso parece, que ojalá andemos equivocados y cualquier día de estos,
antes pronto que tarde, quienes deben tomar las decisiones nos sorprendan no ya
con más declaraciones sino con hechos. Porque evidente sí es, hay que volver a
repetirlo –columnistas y articulistas de opinión somos así, inasequibles al
desaliento pese al poco caso que se suele prestar a cuanto decimos– que esa
accesibilidad a la Cuenca alta sigue siendo un problema, y de peso, sin
resolver y que, aparte de constatar que sí, que es verdad, que hay que acometer
su solución y barajar propuestas o incluso asumirlas públicamente, bien poco,
que digo bien poco, prácticamente nada se ha venido haciendo nunca por nuestros
gestores. Y desde esa cabezonería en el insistir, y dando el aplauso que se
merece al oportuno recordatorio de Cuenca Abstracta que le ha servido de
espoleta para estas líneas, quien esto firma no puede sino volver a poner hoy negro
sobre blanco, una vez más, tanto la urgencia de acometer su solución como su
absoluta perplejidad sobre tan largos periodos de inacción. Qué demonios, adóptese
de una vez por todas, pero ya, una decisión en torno a si remontes o no
remontes, y si es sí cuáles, y actúese en consecuencia. Y ya de paso permítanme
que, erre que erre, aproveche para reiterar mi opinión, también más que
repetidamente en mis textos expresada cuando de este asunto me he ocupado, que
lo que se haga, hágase sin olvidar otra medida que a uno le parece del más
razonable sentido común: el establecimiento, tanto si se hacen como si no se
hacen escaleras o ascensores, de un frecuente servicio de pequeños autobuses-lanzaderas
no contaminantes que, enlazados con las líneas urbanas que en buen número
discurren por delante del Puente de la Trinidad, posiblemente conformaría –en
opinión por lo que he podido constatar bastante compartida– un recurso quizá
más eficaz, y no sé si decir que quizá más económico, los expertos podrían
aclarárnoslo, con su puesta en funcionamiento que cualquier otro. Un recurso
que además, sin olvidar las facilidades que podamos ofrecer a nuestros
visitantes, estaría al servicio de quienes deben ser los principales
beneficiarios de esa accesibilidad: los conquenses. Lo dicho, por insistir que
no quede.
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