Gonzalo
Gonzalo Pelayo Gómez
El lunes 8, con la
proyección de “Cantando bajo la lluvia” de Stanley Donen, uno de los títulos
más emblemáticos de su género cinematográfico preferido, el musical, el cine
club Chaplin rendía homenaje a Gonzalo Pelayo, no sólo uno de sus fundadores sino
también uno de los principales impulsores de su continuada actividad a lo largo
de ese medio de siglo de existencia que la asociación cinéfila conquense se
apresta a cumplir. Pero Gonzalo Pelayo, fallecido hace ahora prácticamente un
año –nos decía adiós a causa de la Covid 19 el 21 de
marzo del pasado 2020– no sólo fue esencial para el mantenimiento y fomento de
la afición al séptimo arte en nuestra provincia –a ese su continuado faenar en el Chaplin hay que
añadir su decisiva gestión para el establecimiento en la capital de los multicines que evitarían
que nuestra capital se quedara sin sala alguna de exhibición fílmica o su labor
en las sucesivas Semanas y Festivales cinematográficos en ella o en su natal
Tarancón celebrados– sino que también hay que agradecerle su gestión, desde sus
sucesivos puestos en la administración, en tantos otros campos de la cultura –valgan
como ejemplo, entre tantos otros posibles, su papel en la organización de los
certámenes de Teatro Aficionado convocados en los años setenta de la pasada
centuria por la organización sindical Educación y Descanso cuya fase final se
trajo a Cuenca, o las distintas actividades desde esa misma estructura entre
nosotros promovidas– así como en el terreno del deporte, otra de sus permanentes
áreas de actuación, en una labor especialmente importante, aparte de su
decisivo actuar en la construcción del Polideportivo de El Sargal o en la reestructuración
al principio de los ochenta del Estadio de la Fuensanta, en la fundamental
tarea de la potenciación del deporte base, en un infatigable y plural pero
además bien fructuoso hacer enmarcado siempre, además, en una actitud de
colaboración y afabilidad permanentes con todos más allá de cualquier
diferencia ideológica. Una afabilidad y una bonhomía que tantos –desde luego
quien esto firma– tuvimos ocasión de constatar tanto en nuestros encuentros al
hilo de ese su incansable estar siempre donde fuera necesario sino, afortunados,
algunos de nosotros, en la relación personal de amistad que paso a paso se fue
produciendo y estrechando. Porque Gonzalo Pelayo –Gonzalo, nuestro inolvidable
amigo Gonzalo– fue uno de esos impagables regalos que de tanto en tanto nos da
la vida y que hacen que, pese a cuantos sinsabores nos pueda tantas veces
ocasionar en su diario acontecer, nos hace seguir confiando en ella y en la
bondad del ser humano: nadie nos quitará, nos podrá quitar nunca, vivos para
siempre en nuestro sentir y en nuestros recuerdos, tantos buenos ratos
compartidos, tantas anécdotas de él escuchadas –era un verdadero pozo de
historias y sucedidos– o incluso con él vividas. No, nadie nos podrá quitar
nunca el haber sentido en nuestro propio discurrir su enorme, entrañable calidad
humana.
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