Los Valdés y el "Lazarillo"
“El Lazarillo de Tormes”,
uno de los títulos magnos de la tradición literaria de nuestro país y, en
palabras de Menéndez Pidal, la obra ““Príncipe y cabeza de la novela picaresca”
ha sido siempre un libro rodeado de enigmas, desde el cuándo, cómo y dónde pudo
escribirse o cuál fuera la fecha de su primera edición hasta, sin duda el más
llamativo de ellos, la identidad real de su autor. No obstante, a lo largo del
tiempo los estudiosos han elaborado hipótesis y han llevado a cabo sus
propuestas a la caza de establecer esa autoría. Quizá las dos más importantes
en la última época han sido las que hablan a este respecto de dos conquenses, los
hermanos Valdés. Así, si al comienzo de la actual década era la catedrática de
Literatura española de la Universidad de Barcelona Rosa Navarro Durán quien,
primero parcialmente en la revista Ínsula y luego en la editorial Gredos, no
dudaba en expresar su convicción de que –cual ya
afirmara Joseph V. Ricapito en 1976– el libro habría sido fruto fecundo de la
imaginación y la pluma de Alfonso de Valdés, secretario de cartas latinas del
Emperador y autor de los Diálogos “de las cosas ocurridas en Roma” y “de
Mercurio y Carón”, bien recientemente otro digamos detective literario, el
periodista y escritor toledano Mariano Calvo ha venido a afirmar su apuesta por
su hermano, Juan Valdés, el autor del afamado “Diálogo de la lengua”.
Viene a hacerlo en las noventa y ocho páginas del estudio preliminar de la edición
de la novela que ha publicado la castellanomanchega editorial Almud que desde
hace ya veintitantos años dirige Alfonso
González Calero. En su texto Calvo
desarrolla su propuesta apoyándose principalmente en lo que califica como dos
principales líneas de prueba: el que el propio título de la obra escondería un
elaborado acróstico de dos endecasílabos con el nombre del autor, y la
vinculación de Juan de Valdés con los editores Miguel de Eguía, Juan de Brocar
y Atanasio Salcedo, a través de cuyo repaso considera que cabe reconstruir muy
razonablemente el proceso de edición de la novela. Es un trabajo de rastreo en
el que también viene a abordar el debate tanto sobre la fecha probable de su
redacción –que considera se movería en una horquilla que iría de agosto de 1525
a febrero del siguiente 1526– como la de la de la primera aparición de la obra.
Se trata sin duda de una más que interesante aportación investigadora que sin
duda merece el aplauso por más que, prudente él, antes de dar paso ya a la
propia obra para la que ha escogido un texto que toma como referencia las
cuatro primeras ediciones conocidas –las de Burgos, Alcalá, Amberes y Medida
del Campo–, se cuida de puntualizar cómo, aun defendiendo esa su postura favorable
a la autoría de Juan de Valdés, hay que admitir “que sigue faltando “esa
prueba concluyente” que proporcione certidumbre por encina de toda
discusión”, lo que, por otro lado, fuera ya del propio ámbito académico, nos
dice que tampoco le parece mal ya que “ya se sabe que el misterio en el arte es
con frecuencia un factor que suma más que resta”.
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