Con mimo
Imagen cortesía de Las Noticias de Cuenca
Con independencia de
cuáles hayan podido ser o no las causas del en verdad que espectacular derrumbe
ocurrido en las obras de la calle Canónigos, en el corazón mismo del más
emblemático balcón paisajístico del recinto histórico de nuestra capital, de la
absoluta necesidad de esa solución de emergencia que, el Consorcio de la ciudad
mediante, se va a adoptar para remediar y reparar lo sucedido y de las
responsabilidades o no que pudieran existir o no existir –y felicitándonos
desde luego que no haya tenido consecuencias físicas para nadie– lo que sí ha
demostrado, lo que ha vuelto a demostrar lo sucedido, en esta ocasión de manera
más que impactante y rotunda, es la
obligación que todos cuantos en Cuenca vivimos, desde las administraciones
públicas al último de los vecinos, tenemos de cuidar ese inestimable, pero
también tan necesitado de atención y mantenimiento, patrimonio
urbano-paisajístico que en su día alcanzara para la ciudad ese título de
Patrimonio de la Humanidad que la Unesco le concedió por el cumplimiento de dos
de los criterios que para ello baraja: “exhibir un intercambio de valores
humanos dentro de un área cultural del mundo en el desarrollo de su
arquitectura, tecnología, artes, urbanismo y diseño paisajístico y ser un
ejemplo destacado de conjunto arquitectónico”. Un título que ha venido, sin
duda alguna, a conformarse como una de nuestras principales bazas cara a un
desarrollo turístico razonable y ordenado que hoy por hoy, en alianza con el
medio ambiente y con una actividad cultural que, sin descartar, por supuesto,
cualquier otra opción de desarrollo, debiera promocionarse cara al exterior
bastante más de lo que últimamente lo venimos haciendo, signifique de verdad un
salto adelante en una alianza inscrita en lo que en los últimos tiempos se ha
venido a llamar la “economía naranja”, la economía estrechamente vinculada a
las actividades creativas y a todos los productos y servicios que resultan de
ellas, un concepto que engloba todos aquellos productos y servicios culturales
que son susceptibles de convertirse en contenido de propiedad intelectual y que,
cada vez más, atraen y engloban a sectores en constante innovación como, por ejemplo,
la gastronomía, el deporte, el turismo o incluso los modelos de sostenibilidad
medioambiental, puntas de lanza de este entorno económico en una confluencia en
la que, en multitud de ocasiones, son complementarias la economía circular
y la economía colaborativa. Motivos sobran por tanto, además del puro respeto
que debería imbuirnos a todos nuestra historia y nuestros valores, para que
cuidemos con más que cariño, con verdadero mimo, día a día y ojo avizor, ese
tan valioso y característico patrimonio. Ojalá lo ocurrido al pie mismo de
nuestro más conocido símbolo arquitectónico, las Casas Colgadas, sea el
aldabonazo que nos conciencie de una vez por todas de ello y nos lleve a
ponerlo, real y eficazmente, en práctica.
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