Un bien común
Que una información
libre, pluralista e independiente es un componente esencial de toda sociedad
democrática es hoy por hoy un axioma en teoría universal o al menos
mayoritariamente aceptado, al menos en las sociedades que como tal, como
democráticas, se nombran, lo cual no obsta para que su plasmación en el día a
día de esas sociedades –no hablemos ya de cuantas ni
siquiera les importa ostentar tal consideración– diste muy mucho de ser
realmente así. Y eso es lo que llevaba este año a los convocantes de la anual
celebración, que tenía lugar el pasado lunes día 3, del Día Mundial de la
Libertad de Prensa –una celebración que tiene su origen en la conferencia que
organizada por la UNESCO se desarrolló en la localidad namibia de Windhoek en
1991, en cita convocada en base a las resoluciones 59 (I) de la Asamblea
General de las Naciones unidas de 14 de diciembre de 1946, en la que se
declaraba que la libertad de información es un derecho humano fundamental, y
45/76 A, de diciembre de 1990, sobre la información al servicio de la humanidad–
a tomar con tema eje esta vez de esa celebración el de la consideración de la
información como un bien común poniendo así especial énfasis en la importancia
de valorar la información como un bien de todos y, al hilo de ese objetivo, subrayar
la necesidad de explorar lo que se puede hacer en la producción, distribución y
recepción de contenidos para fortalecer el periodismo y avanzar en la
transparencia y el empoderamiento sin dejar a nadie atrás, algo especialmente
necesario sin duda en un ecosistema comunicativo tan en cambio respecto a
anteriores etapas; un ecosistema al que las nuevas tecnologías de la
comunicación y el arrollador desarrollo de las redes sociales han hecho
tambalear su tradicional estructura añadiendo nuevos e importantes elementos de
bien contradictoria condición que suman nuevos retos al ya de por sí complicado
panorama de los medios tradicionales, tan afectados ya anteriormente por los
egoístas intereses de las fuerzas económicas y políticas. Es un hecho que,
además de haber provocado una revolución no ya en el concepto sino en la
práctica misma de la labor informativa, ha venido a establecer una clara
división, casi diríamos que de clase, en la propia sociedad receptora de sus
mensajes entre quienes, por así decir, dominan al menos en cuanto a su uso
primario esas nuevas realidades comunicativas y quienes, por edad y/o falta por
otros motivos del necesario conocimiento, carecen de ese dominio. Por eso
precisamente la conmemoración ponía especial énfasis en la perentoria necesidad
de articular las medidas necesarias para garantizar la viabilidad económica de
los medios de comunicación, la transparencia de las empresas de internet y la mejora
de las capacidades de alfabetización mediática e informacional que permitan a los
ciudadanos reconocer y valorar, así como defender y exigir, el periodismo como
parte fundamental de una información entendida como ese bien común que debe
ser. Y ya que de periodismo hablamos quede aquí mi recuerdo y mi agradecimiento
a tantos de sus profesionales que –cual nuestros recientemente asesinados
compatriotas David Beriain y Roberto Fraile, el periodista francés Olivier
Dubois secuestrado en Mali y tantos compañeros, especialmente informadores
locales que en sus países son eliminados o encarcelados– son la mejor cara de una
absoluta entrega al servicio de ese tan absolutamente necesario bien común.
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